De vampiros y vampiros

Aunque Josema Carrasco nos diga que en el último salón del cómic de Madrid triunfaban los zombies por encima incluso de los vampiros, estos “seres de la noche” han ocupado parte de mis ratos de ocio en los últimos meses.

Nunca he sido seguidor de Bela Lugosi o Nosferatu y aunque vi “Entrevista con un vampiro”, -como todos, imagino-, la verdad es que no aguanté la saga de «Crepúsculo»; los vampiros no estaban mal, pero tampoco era algo que llamase mi atención.

Pero el septiembre pasado varios amigos me hablaron de «True Blood», una serie americana de vampiros “modernos”, y no sé muy bien por qué, pero el tema llamó mi atención.

Conseguí las dos primeras temporadas de la serie y coincidió que viendo la web de Josema, ví un dibujo de una vampiresa que me encantó; este dibujo se convirtió más tarde en el “primer ejemplo” de camiseta, parte de un nuevo proyecto que llevamos en la cabeza.

Continuando con las casualidades, en la biblioteca Rafael Andolz, en la parte de bookcrossing, había un libro que se titulaba “La música de los vampiros”, y aunque la portada era realmente cutre, un poco incluso de serie-B, decidí cogerlo para leerlo en cuanto terminase el que tenía entre manos.

Comencé el libro de Poppy Z. Brite y he de decir que ya desde el primer capítulo me cautivó; nunca antes había leído nada sobre el tema y solamente hace años leí algunos títulos de Lovecraft, los cuales, aunque no me disgustaron, tampoco hicieron que me enganchase al género.

“La música de los vampiros” nos acerca a estos seres a través del nacimiento de uno de ellos, Nada, que será concebido la noche de carnaval en un tugurio del Barrio Francés de Nueva Orleans. El libro se desarrolla a través de la vida de ese joven, que intenta encontrar su identidad, su hueco en la sociedad, y la de Fantasma, otro adolescente de un grupo llamado “Almas Perdidas” de un recóndito pueblecito llamado “Missing Mile”.

Un libro cargado de violencia, relaciones sexuales y alusiones constantes a la música, -de ahí el título de la novela-, que no nos dibuja a los vampiros como seres “románticos” que sacian su “hambre” por pura necesidad, sino como depredadores de otra raza que utilizan a los humanos para calmar su apetito y desprecian todo lo que huela a “homo-sapiens”.

Lejos de bellas escenas como las que podemos encontrar en True Blood, aquí encontramos una inmersión en un mundo de vampiros salvaje y sangriento. Aquí no hay bares glamurosos con el Fangtasia sino “garitos” como “El tejo”, donde jóvenes góticos escuchan sus grupos favoritos. No hay vampiros “guapetones” como Bill ni rubias despampanantes como Sookie, y los personajes de dudosas tendencias sexuales no son como Lafayette sino mucho más oscuros, aunque no de piel.

Perfectamente ambientado, bien escogido el lugar donde se desarrolla la historia, el Barrio Francés, y con alusiones musicales a grupos comoBahaus y al cine como “El corazón de Angel”. He de reconocer que aunque el libro no me hizo pasar el miedo que pasé leyendo “El color que cayó del cielo” o “En la cripta” de Lovecraft, sí que alguna vez tuve que parar de leer y coger aire debido a la crudeza con la que la autora nos relata las “cenas” de Molochai, Ziliag o Twig, o las relaciones sexuales que los diferentes personajes mantienen; aún así el libro me encantó y creo que no será la última vez que “afile mis colmillos” para “morder” otro libro de este género.

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