El pasado jueves 29 de Octubre Facebook “me despertaba” con que hacía 4 años que mi hijo Pablo había comenzado a jugar al fútbol.
Como puse en la red social, han sido cuatro años llenos de alegrías y de penas, hemos conocido a gente maravillosa y sábado a sábado acompañamos a nuestro hijo por los campos para verle hacer lo que más le gusta, el fútbol.
Desde que comenzó jugando con el equipo del Teresiano del Pilar, a cuando pasó por la selección aragonesa y actualmente en el Stadium Casablanca, siempre que mi hijo sale al campo disfruto, y como todos los padre disfruto viéndole jugar independientemente de cómo lo haga, por qué se que a él le gusta.
Pero también y más de un tiempo a esta parte intento ser crítico con su juego, pero sobre todo intento enseñarle la necesidad de tomarse las cosas en serio, el compromiso y el esfuerzo necesario para estar en un equipo de la máxima categoría que hay para su edad, sin olvidarnos del compañerismo y la unidad que un deporte como el fútbol despierta en los niños.
El sábado pasado estábamos desayunando y Pablo me comentó que quería meter un gol, el sueño de todos los niños que juegan al fútbol. Yo le pregunté: “y si lo metes, ¿a quién se lo dedicarás?”.
Pablo sin dudarlo me digo que a la abuela Tere, al día siguiente íbamos a verla por primera vez al cementerio e iba a ser día duro para todos.
El partido se complicó, 2-2 en el campo de Santo Domingo Juventud y quedaba poco tiempo, cuando una falta eso sí algo lejos se produce a favor del Stadium Casablanca.
Pablo va hacia el balón acompañado de Jaime y Rivera ha intentar una “jugada ensayada”, “chuta” y el portero no llega a alcanzar un balón que se cuela dentro de la portería.
Todos gritamos y nos alegramos por el gol de Pablo y la “posible” victoria, como así fue, de nuestros hijos. Pero tras celebrar el gol con sus compañeros Pablo va hacia el centro del campo y señala con los dos dedos al cielo, en un gesto imperceptible o sin significado para muchos, pero no para mi.
Cuando lo vi, me hizo soltar una lágrima, igual que al escribirlo, su abuela desde el cielo lo acompañaba y le daba las gracias…
Este Pablo es un encanto aparte de un pedazo de jugador, si encima los padres acompañan mezcla perfecta. Que no cambie ninguno.
Me alegro de tenerlos cerca