Hay libros que se leen de manera «fácil», rápido, que son como aquellas novelas del Oeste que leían nuestros padres y que cambiaban en el Quiosquo.
Libros que nos entretienen, que pasan por nuestra vida «sin pena ni gloria», que leemos por el placer de leer, por echarnos algo a los ojos y pasar un rato distraídos.
Y dentro de esa categoría están los libros de Agatha Cristie, como «Muerte en el Nilo» o «Diez Negritos»; recuerdo que eran devorados por mi hermana cuando era adolescente.
Allí descubrí hace poco a Harry Dickson, un detective del Londres de principio de siglo XX tan listo como el mismísimo Hércules Poirot.
Descubrí el libro entre los que pensaba «liberar», sin saber bien qué era lo que iba a encontrar dentro, pero su título, «El misterio de los siete locos» me llamó la atención y decidí leerlo.
En sus páginas descubrí un libro de misterio, de esos fácilmente digeribles, pero que me llevó a «comerme» sus páginas.
“El misterio de los siete locos” cuenta el extraño caso de un pueblecito donde sus habitantes, los más ricos, son afectados por una locura repentina.
Un amigo del detective, todavía cuerdo, le pide ayuda para resolver el misterio de esta «enfermedad».
El detective se traslada a la localidad, donde estudiará los extraños sucesos para finalmente resolver el caso.
Pero lo que me llamó la atención, a parte de que me gustó mucho el libro, fue descubrir que existía toda una saga de libros del detective.
Una lectura recomendable, «desengrasante» de esas que se hacen rápido, en una tarde de invierno tranquilos en casa, y que os recomiendo hacer de vez en cuando.