Vivir en Zaragoza tiene muchas cosas buenas, lo reconozco, pero también reconozco que el clima no está entre ellas: calor sofocante en verano y un frío de mil demonios en invierno, sin olvidarnos del cierzo que se nos mete en el cuerpo cuando viene “helado” desde el Moncayo.
Por eso no es de extrañar que los que vivimos por aquí nos dediquemos a buscar destinos en los que las temperaturas sean menos extremas; y afortunadamente tenemos el Mediterráneo a 250 kilómetros, donde siempre encontraremos un clima mucho más agradable que en el Valle del Ebro.
Pero lo que es realmente sorprendente y “encantador” es redescubrir esas zonas en la llamada “temporada baja”, fuera de los días en que todo está plagado de gente, chiringuitos y olor a aftersun.
Poder tomarnos una cervecilla a la orilla del mar, con una fina chaquetilla mientras en Zaragoza se “pelan” de frío, pasear por la orilla oyendo el mar, ver cómo los castillos se han sustituido por niños jugando o belenes, como es el caso de la Pineda, en pleno Diciembre.
Reencontrarnos con el “rumor” del mar, con el sol mediterráneo mientras esperamos que pasen los fríos y las heladas y vuelvan los días de calor es una auténtica delicia que os recomiendo que probéis, y que penséis seriamente que la playa no sólo es para agosto.