Cómo cambian las cosas en el momento que le metemos un componente sentimental o emocional; cosas que nos darían igual o en las que no nos fijaríamos, pasan a ser importantes, a tener un gran valor para nosotros cuando les sumamos dicho componente.
Y eso es precisamente lo que me ocurre cuando veo bailar la jota a Lucía, mi hija, cuando la veo sobre el escenario.
Pensar que nuestros hijos tendrán las mismas aficiones que nosotros, que les gustarán nuestros gustos, cuando menos es un atrevimiento, y forzarles a ello, una injusticia.
En el caso de los míos, sus aficiones han sido elegidas por ellos, nada forzadas, y han sido los «culpables» de meter esas aficiones en casa.
Ver la ilusión y las ganas que le pone Lucía a la jota es algo que realmente me conmueve, ver con qué ganas acude a sus clases semanales, sin importarles el frío que pasan en invierno y el calor en verano, atenta a todo lo que María va a explicarles, a enseñarles, a corregirles; incluso cuando le dice: «Lucía los brazos!!!».
Y puedo asegurar que a sus once años Lucía vive la jota y encuentra en ella una de sus pasiones. Bailando desde los 5 añitos, ha encontrado en ella un lugar donde se encuentra muy a gusto; vuelve de las clases «derrotada» tras bailar hora y media pero en el camino a casa nos cuenta las jotas que han bailado, y luego en casa, salvo por las castañuelas, revive los momentos de clase.
Y aunque os reconozco que no soy nada folklórico, ver a mi hija vestida de jotera, verla encima de un escenario, me emociona.
Como me pasó el pasado 24 de Junio cuando «Aires de Aldaba», (la escuela en la que está mi hija) hizo su «festival» de final de curso, donde sus alumnos nos enseñaron todo lo que habían aprendido a lo largo de todo el año.
Ver a esos joteros sobre el escenario moviéndose al ritmo de «Gigantes y Cabezudos», «Alma» o «San Lorenzo», aguantando el color sofocante y haciendo vibrar a todo el auditorio, fue algo maravilloso.
Continuar con ganas de bailar como tiene Lucía, continuar con ganas de seguir ensayando, es de admirar y digno de ser apoyado por nosotros, sus padres, en todo lo que necesite.
Esperando que comience un nuevo curso, que la llamen del grupo para ir a bailar, que pase ya sus años de escuela y que nos haga «llorar» por los escenarios de Aragón.
Pingback: La jota de San Lorenzo en la Plaza del Pilar | El blog de Isaac Bolea